Einstein, 50 años después:disléxico, vegetariano, judío y alemán
Por Manuel Carreras
Especial para El Diario Alternativo
Este hombre prolífico en ideas y logros, dejó poco rastro sobre sí mismo, porque creía que, dificultad más o dificultad menos, la cotidianidad de todo ser humano es similar.
Este hombre de un metro con sesenta de estatura, 76 años y un incorregible cabello blanco, que creía firmemente en que bañarse y afeitarse con el mismo jabón hacía la vida más fácil, y que, por lo mismo, terminó por desechar los calcetines por considerarlos un adminículo innecesario, cumple 50 años de muerto, y, en junio próximo, cien años de cuando escribió, con sólo 25 años, un ensayo de 37 páginas que revolucionó el mundo de la física.
Cuando nació Einstein el mundo era poblado por una materia fantasma, el éter –una sustancia que los físicos antecesores encontraban como la única explicación posible para interpretar el comportamiento de la luz y las ondas electromagnéticas–, y por la mecánica, como garantía de que todo aquello que sucedía era la reacción a una acción previa, y tal vez por eso previsible.
Un mundo mecanicista y, en pleno despunte del siglo XX, poblado todavía por el influjo de fuerzas divinas e inexplicables.
Para ello Einstein escapó de la que llamó la “máquina educativa tradicional”, seguramente no lejana a la que concibiera Pink Floyd para su película The Wall.
Pero este monje loco tenía su propia lectura de la Biblia: “en el principio Dios creó las leyes del movimiento de Newton, al tiempo que la masa y fuerza necesarias para hacerlas interactuar”. Era su propio Libro del Génesis.
Desde joven su mente brillante lo convirtió en un alumno indeseable, expulsado de varios colegios, hasta el punto que detestaba el sistema educativo formal, al que calificaba como frustrante y orientado a reducir las posibilidades de creación, en el momento en que la creatividad podía dar más de sí.
Pero no fue el único frente de batalla para este hombre combativo, que a un tiempo fue pacifista y promotor de la bomba atómica, judío y militante de la causa palestina, el físico que proclamó, en el nacimiento de la perspectiva científica, que la materia también podría comportarse como la luz: unas veces como partícula y otras como onda.
Una herejía.
Y esa fue, también desde luego, una perspectiva que nunca perdió, proveniente como era de una cuna impregnada con los valores de la cultura judeo-cristiana. Inmerso en numerosas discusiones por la relación dialéctica ciencia vs. religión, encontró una simbiosis ecléctica para ambas: “la ciencia sin religión está coja y la religión sin ciencia está ciega.”
Este hombre prolífico en ideas y logros, dejó poco rastro sobre sí mismo, porque creía que, dificultad más o dificultad menos, la cotidianidad de todo ser humano es similar –“si crees tener problemas con tus operaciones matemáticas, ni te podrás imaginar los míos”- , y sustentaba por eso que lo importante sobre un ser de sus características era “en qué piensa y cómo piensa, no en lo que hace o padece”.
En alguna ocasión dijo Einstein que su gran cualidad, producto posiblemente de su acercamiento temprano a la geometría, era que su relación de pensamientos se daba en tres dimensiones, visualizaba los símbolos-palabras, no como un concepto abstracto, sujeto a encadenar, sino que la idea se le representaba en el cerebro como un cuerpo cierto, al que podía por tanto observar rotándolo en su mente, y por eso mismo, con la posibilidad de detenerse en cada una de sus aristas, peculiaridades, aislada en su concepto y que por tanto podía desensamblar como un reloj.
Para ello Einstein escapó de la que llamó la “máquina educativa tradicional”, seguramente no lejana a la que concibiera Pink Floyd para su película The Wall.
Luego venía la otra complicación, liberarse de las cadenas de la formación tradicional. A los doce años -según escribió en un breve ensayo que hizo sobre su vida para la Northwestern University-, comprendió que muchas de las afirmaciones contenidas en La Biblia no podrían sostenerse, y de esa experiencia se derivó un concepto, que la juventud es engañada con mentiras, y de allí surgió la sospecha que siempre mantuvo sobre toda autoridad.
Esta experiencia, recuerda Einstein, lo liberó de la senda hacia el paraíso, lleno de comodidad y recompensas, pero le abrió otro camino: detenerse en la naturaleza, con su belleza y complejidad, al menos parcialmente accesible a la experimentación y el pensamiento.
Pero al mismo tiempo le asaltaban nuevas experiencias, la provocada por su padre, cuando le regaló una brújula, la que veía como un aparato tan alejado del comportamiento de la naturaleza, pero capaz en cambio de abstraerla y representarla, lo que lo puso en contacto con la idea de “concepto”.
Tenía, cuenta Einstein, no más de cinco años, y siete años más tarde un tío le regaló un libro sobre la geometría euclidiana. Lo maravilló, por ejemplo, que una abstracción que concluía que la intersección de las tres altitudes de un triángulo en un punto, aunque no visible, podía ser probado más allá de cualquier duda, con una fórmula matemática.
“El axioma que debía ser aceptado no me incomodó”, y a partir de ese momento los objetos con los que trabaja la geometría tomaron en su mente las mismas peculiaridades de aquellos que conocía por la percepción sensorial.
De esta experiencia hizo una primera división, la de sentido y contenido, a la que luego sumaría la condición de belleza estética como exigencia para considerar cierta una afirmación científica. “La ciencia y el arte tienden a fusionarse en la estética: las dos son plasticidad y formas”.
Y algunas de las claves que encuentra en la estética de una formulación –y e= mc² es probablemente la más simple y bella de todas- las resume también en valores sencillos: la teoría no puede contradecir hechos empíricos, debe ser caracterizada por simplicidad lógica y debe contener perfección en sí misma.
DIOS ESTÁ EN LOS PEQUEÑOS DETALLES
Pero si en todos los campos este anciano precoz luchó contra la lógica formal y las reglas convencionales del pensamiento y sus representaciones, fue en los temas religiosos donde debió debatirse, con creativa obsesión.
Aparte de los textos y aforismos más conocidos de Einstein sobre Dios y sus criaturas –Dios no juega a los dados, dijo en una ocasión, y lo ratificó Woody Allen con precisión: juega a escondidas-, las pruebas de su preocupación por armonizar el presunto conflicto entre ciencia y religión se encuentra en múltiples de sus escritos, en especial “El sentimiento cósmico religioso”, donde individualiza el ámbito de cada una y, por eso, arguye, si andan por su respectivo camino, no tendrán por qué pisarse los sagrados callos de la confesión personal.
Las premisas son sencillas: el método científico es incapaz de enseñarnos nada por encima y más allá del modo como se interrelacionan los hechos. El conocimiento de la verdad es algo maravilloso, pero sirve tan poco de guía orientadora, que ni siquiera alcanza a justificar y a demostrar el valor de la misma aspiración al conocimiento de la verdad.
Donde coinciden ambas aspiraciones es en el punto donde un buen científico busca alcanzar el desarrollo libre y responsable, de modo que sea capaz de poner sus energías libre y alegremente al servicio de la humanidad, y el que el religioso logra liberarse de los grilletes de sus propios deseos egoístas, y alienta pensamientos, sentimientos y deseos de carácter suprapersonal. Ese es el punto de intersección: la alegría se halla en dar. Perseguir, agrega, lo Bueno, lo Verdadero y lo Bello, como valores mayúsculos.
Pero el corolario de su argumento es menos conciliador: la ciencia no sólo es capaz de purificar el impulso religioso del facilismo de su peculiar antropomorfismo, sino que contribuye también a espiritualizar de forma religiosa la propia comprensión de la existencia. Este, dice Einstein siguiendo a Spinoza, es el camino de las más encumbradas metas.
Por eso veía Einstein a un Dios sutil pero no malicioso, que se revelaba en las pequeñas cosas.
Y así como maneja la metáfora para hacer un sincretismo de religión y ciencia, también recurría a ella para formular sus leyes físicas, como cuando explicó que la ley fotomecánica establece que el efecto fotoeléctrico no sólo prohíbe la muerte de dos pájaros con una piedra sino la muerte de un pájaro con dos piedras.
La misma actitud que mostró con ocasión de la muerte de uno de sus más íntimos amigos, el suizo Michele Besso: “He aquí que (Michele) ahora nuevamente me ha precedido un poco al abandonar este mundo extraño. Esto no significa nada. Para nosotros, físicos creyentes, esta separación entre pasado, presente y porvenir, no tiene más que el valor de una ilusión, por persistente que ésta sea.”
CRONOLOGÍA
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1879. Nace Albert Einstein el 14 de marzo en Ulm, Alemania.
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1880. Su padre Hermann le regala una brújula, que le causa gran impresión.
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1889-95. Desarrolla interés por la física, la matemática y la filosofía. 1895. Es rechazado en el Instituto Politécnico Federal de Zurich.
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1895. renuncia a la ciudadanía alemana para señalar su antipatía a la mentalidad militarista de los alemanes. En el otoño se gradúa en el colegio Aargau. Ingresa al Instituto Politécnico.
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1896. Se gradúa pero rechazan su solicitud a un puesto como empleado en el Instituto. Envía su primer ensayo científico al Annalen Der Physic .
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1897. Se hace ciudadano suizo. Publican su primer ensayo científico, conclusiones derivadas del fenómeno de la capilaridad. Inicia su tesis doctoral sobre las fuerzas moleculares de los gases a la universidad de Zurich.
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1898. En septiembre, el cargo temporal que ocupaba en la Oficina de Patentes de Berna se hace permanente.
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1899. El año milagroso de Enstein. El 30 de abril entrega su tesis doctoral, una nueva determinación de las dimensiones moleculares. Publica tres de sus más importantes ensayos científicos, Sobre un nuevo punto de vista eurístico en lo que concierne a la producción y transformación de la luz, Sobre el movimiento de pequeñas partículas suspendidas en líquidos estacionarios por la teoría cinéticomolecular del calor, Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento. Un segundo ensayo sobre la teoría especial de la relatividad trae la ecuación e=mc2.
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1900. Recibe el 15 de enero el grado de doctor de la Universidad de Zurich.
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1901. Nombrado profesor extraordinario de física teórica. Recibe su primer doctorado Honoris Causa de la Universidad de Ginebra.
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1902. Publica Los orígenes de la teoría general de la relatividad.
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1903. Se divorcia de su primera esposa y estipula que el dinero de un futuro premio Nobel será destinado a ella y sus hijos. El 29 de mayo, durante un eclipse solar, Sir Arthur Eddington, mide experimentalmente la curva de la luz, y comprueba las predicciones de Einstein.
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1904. Termina su primer ensayo sobre la teoría unificada. En noviembre se le otorga el premio Nobel de Física.
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1905. Acepta el cargo de profesor en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton.
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1906. Firma la carta al presidente Franklin D. Roosevelt sobre las implicaciones militares de la guerra atómica.
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1907. Einstein asume la presidencia del Comité de Científicos Atómicos.
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1908. Le ofrecen la Presidencia de Israel, pero la renuncia.
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1909. Firma con Bertrand Russell un manifiesto urgiendo el desarme nuclear. El 18 de abril muere en el Hospital de Princeton. Pronuncia unas palabras en alemán, idioma que su secretaria no entiende.